Magen

lunes, 26 de septiembre de 2016

IX

     –Vamos a ir al puente a tirarle piedras a la ballena. ¿Querés venir? –le dice alguien.
     Magen dice que no con un movimiento de cabeza. Tiene la cara recostada en los brazos cruzados sobre el banco. Su mirada está vacía, en la nada. El mismo vacío que se refleja en la mañana. Y aquel mismo alguien se queda mirándola mientras los demás lo llaman desde la puerta del aula.
     –Tal vez deberías visitar a Rami –le dice–. Está hospitalizado.
     –Sí, tal vez debería.
     Pero no piensa hacerlo.
   El aula queda vacía. Partículas de mugre y polvo de tiza añeja flotan suspendidos en la pecera de luz. "Ufff", suspira Magen, y se puede levantar y no lo hace.
     –Qué poronga.

     La puerta a la terraza ya no da a un cielo azul sino a la panza gigante de una ballena intrusa que se asoma como la cara de una luna nueva. Es temprano y todavía queda algo de sol antes de que la cosa ésa se lo coma. Magen se sienta frente a la cornisa, con las piernas cruzadas como un indiecito.
     A un costado de ella hay una piedra. La agarra y empieza a garabatear sobre el piso su depresión. Entonces se da cuenta de que es todo un poco idiota. Hasta ahora, quizás estúpidamente, nunca se preguntó el por qué de tantas molestias. Era solo un beso, en una noche cualquiera y con una chica cualquiera. Sigue garabateando. Quizás tiene que ver con eso mismo, se dice, y con la forma en que la vida se arraiga en magias pequeñas, casuales, y por eso puramente mágicas. O quizás era el destino y algo inmenso y el acto heroico de darle un sentido a todo eso que no lo tiene. Quién sabe. Y Magen piensa en esas cosas o parecidas, perdida y triste bajo la enorme ballena de mirada indiferente. De repente siente una frustración y un enojo terribles y la mira a la criatura ahí arriba.
     –¿Qué estás haciendo ahí, bicho de mierda?
     Magen se levanta, agarra la piedra y se la tira con todas sus fuerzas. El cascote se eleva un poquito en el cielo y cae sobre la calle vecina, rompiendo algo que parece un parabrisas. Se escucha el ruido. Inquieta, se asoma. Y puede ser que vea el vidrio roto como puede que no; no importa. Ahí al lado, en la vereda del frente, está Daniela, misteriosamente, mirándola. Un viento le levanta basura y papel sobre sus pies.
     Magen baja a toda velocidad por escaleras y corredores hasta salir del colegio y directo a la calle. Daniela sigue ahí, y en su cabeza, extraña, el par de orejas sin esconder. Magen cruza y la encara.
     El viento señala como una mano amiga el camino.
     –¿Qué estás haciendo acá?
     Hojas caen y solo entonces es otoño.
     –¿Acaso me estás siguiendo?
     –No.
     Magen la mira. Espera.
     –Sólo paseo. Soy una vagabunda y paseo.
     Magen. Hay algo diáfano en su mirada. Espera.
     –Yo estoy muerta, Magen. Soy un fantasma.
     Pero era una mentirosa de mierda.




   –FIN–

Dani por Delfina Liébana

jueves, 22 de septiembre de 2016

VIII

     Ocurrió una tarde que una parejita se paseaba por las calles ventosas de un Ituz amarillo otoño. Él tenía un skate y ella una cámara fotográfica colgando de su recién nacido corazón, y los dos se rozaban tímidamente los dedos como por accidente porque todo era muy nuevo y había que cuidarlo o siempre estaba el riesgo de que se pudiera romper.
     Esa misma mañana él le había dicho en la escuela:
     –¿Me acompañás a la terraza?
     El AUPI tenía una terraza a la que sólo se accedía por escaleras y puertas secretas. Los suicidas tiempo atrás supieron subir allí arriba para definir el resto de sus tardes por lo que eventualmente el camino se llenó de candados transitorios. Pero él conocía las maneras de llegar, y había guiado a una impresionada, excitada y seguramente ya enamorada ella al enorme cielo azul. Los dos se habían pasado la mañana con las patitas colgando sobre el abismo. Entonces él le había dicho:
     –Creo que te quiero desde hace muchísimo tiempo.
     Se habían besado, y aunque fueran un poco amigos desde hacía tantos años ahora todo era distinto.
     Esa tarde caminaron los dos entre cielos rosados, hamacas solitarias, la promesa lejana de un invierno muy frío y el perfume dulzón de las flores pudriéndose. Hablaron de muchas cosas y él le contó que tenía un amigo que murió o lo mataron en un acontecimiento confuso –aunque para él y su banda no fuera nada confuso– y que se llamaba Sachiel.
     –¿Sabés lo que es un fénix?
     –¿El pájaro?
     –Sí, un pájaro de fuego –le dijo, y le empezó a contar, como si se abriera algo dentro de él, y ella lo miraba mientras él hablaba–. Es un pájaro inmortal. Vive nosécuántos muchos años, muere y vuelve a renacer de sus cenizas, así todo el tiempo y por toda la eternidad.
     –¿Eso es lo que te querías tatuar?
     –Sí, por Sachiel. El chabón era un fénix para nosotros. Por eso todos nos queremos tatuar un fénix que sea distinto para cada uno pero siempre el mismo. Como el fénix, que renace y siempre es el mismo pero distinto.
     –Qué hermoso, Rami.
     –Sí. Además, no sé si sabías, pero el fénix siempre vive la misma cantidad de muchos años. Pero a veces pasa que lo que vive es tan intenso que se prende fuego y se consume en su propio incendio. Así fue Sachi, como el fénix, que es inmortal pero que tiene la posibilidad de morir antes y de pura intensidad.
     Él quizás no se dio cuenta de que se había dejado llevar. Pero ella estaba encantadísima. Se sentía increíble y llena y amando cada vez más. Entonces ocurrió que hizo algo que casi nunca hacía: se sacó el gorrito de la cabeza.
     –¿Las habías visto? –le preguntó, avergonzada.
     Él miró las orejeras, algo sorprendido.
     –No me acuerdo. Creo que sí. ¿Te avergüenzan?
     –Un poco.
     –¿Y por qué no te las sacás?
     –No salen.
     –...
     –Yo también tengo una amiga muerta –dijo ella, y eso que olvidó mencionar al fantasma que habitaba en su pieza.
     –Oh...
     Caminaron en silencio. Eventualmente llegaron a un momento en que él le pidió la polaroid para sacar una fotografía.
     –¿Me la prestás? Quiero guardar todo tal cual está ahora.
     –Bueno –Y se la descolgó de su cuello. Que ella supiera, nadie nunca le había usado su cámara antes.
     Se la entregó.
     –¿Te puedo fotografiar?
     –Sí.
     Se apoyó contra un paredón y el lente de la cámara le apuntó como un arma. No era la primera vez que ocurría, después de todo la mayor parte de las fotografías que sacaba eran a sí misma. Le gustaba. No, le encantaba sacarse fotografías. Había un placer en eso que era de tipo sexual y casi masturbatorio. Algo que hacía con cierta soledad y que después publicaba en internet bajo un nombre falso. Ella no vislumbraba este carácter sexual de su placer ni tampoco lo relacionó con el hecho de que fuera virgen. De cualquier forma dejaría de serlo dentro de muy poco y nada cambiaría: coger no le daría los mismos placeres que los disparos de su cámara.
     Pero esta vez era especial. Nunca se había dejado fotografiar por otro y se le ocurrió que la sensación era la misma a pararse en pelotas ante alguien más. Sin embargo lo hizo: se apoyó de espaldas sobre un paredón de ladrillo, pintado con un stencil que decía "Dr. Love" y una estrella de cinco puntas cruzadas, y con la cara y el cuerpo invadidos dulcemente por los últimos haces naranjas de luz se dejó disparar.
     La polaroid imprimió:

     "En la melancolía núbil de tu mirada
     está lo púrpura de mi ensueño original
     escapando ya lejano como el último sol"

Rami por Joaquín Herrera (13 años)

lunes, 19 de septiembre de 2016

VII

     –Concha –dice una Magen en el presente, repasando eso que no sabía que sabe.
     Y por supuesto que está perturbada y todo. Pero ahora sabe algo. Es un progreso. Un gesto quizás lindo, un par de palabras, una sensación, fueron los únicos sobrevivientes a los naufragios del sueño y la resaca, en este momento un poco empapados de vergüenza y sentimientos confusos. Pero es un comienzo, un principio para investigar. Ahora tiene que ir al lugar donde se averiguan las cosas.
     Magen camina por la plaza, como alguna vez hizo casi cotidianamente. Su segunda casa y que solía ser primera. Perdida en sus propias preocupaciones, mucho más importantes y urgentes, no medita en que con la pérdida, la corrupción y el desgaste de tantos dispositivos estatales la topografía del barrio había sufrido cambios. Ya nadie circulaba inintencionadamente por la plaza. Convertida ahora en una microciudadela contracultural de comunidades antiburguesas, la masa funcionalmente incorporada al constructo social había sabido independizarse de ella, aislarla, como a un organismo canceroso y dañino. Este proceso generó en el barrio una división estructural básica en relación a la plaza: un adentro y un afuera. Si para los de afuera no se trata más que de "los chicos de la plaza", para los de adentro hay clanes, culturas y niveles objetivamente distinguibles, dependiendo de la zona, los horarios y la época del año que ocupen. Ninguno demasiado desarrollado, estos grupos supieron llegar a una paz relativamente estable entre ellos y con la comunidad circundante tras largas negociaciones y aún más largas balaceras. Y fue así que en el centro, junto a los tres mástiles de la plaza, estaba el más importante y organizado de ellos: el grupo anarcoterrorista liderado por Michelle. "Imagina" para los amigos y aquellos otros que le reconocían ciertos valores utopistas.
     –Y hablando de Roma...
     Michelle está recostada contra uno de los pilares que hace de base para el mástil principal. Entre los dedos de una mano tiene un pucho de tabaco casero; en la otra un rifle de asalto. Y el pucho cambia de dueño entre sus amigos que la rodean y conversan con risas, algunos saltos y armas de corto alcance. Alguien hace malabares con unas naranjas. Otro afina una guitarra aerosoleada. Magen duda que el pucho no esté nevado con alguna combinación química de segundo año de taller de laboratorio: no sería la primera vez que buscasen a Dios en el libro de temas de esa materia.
     –¿Qué? ¿Me estaban bardeando?
   Magen interrumpe una conversación entre los del grupo más cercano a Michelle, que ahora la miran llegar sin demasiado interés. Entre ellos, la novia de Michelle, que se llama Laura y que es una criatura bastante mágica. Linda, tímida, silenciosa, llena de música. Un arito en la nariz y el tatuaje de los elefantes que sobre la tortuga sostienen el peso del mundo chiquito en uno de sus brazos. Magen se enamoró muchas veces de ella y tal vez se sigue enamorando ahora. Pero ella no deja de quererlo todo con Michelle.
     –¿Qué andás haciendo acá?
     –Estoy buscando a alguien.
     –Acá no está.
     –Ya sé que no está. Quiero saber dónde.
   –Aaah, querés información. Ojo que así no trabajamos nosotros. La información cuesta plata, nenita.
     –Dejá de dártelas de mafia cibernética. ¿Fueron ayer a lo de Lean?
     Magen sabe que sí. Después de todo ella se lo garchaba. La lesbiana careta ésa.
     –¿Me estás jodiendo? Si nos cruzamos nosotras dos y casi nos agarramos de las mechas. ¿No te acordás? Estabas re loca.
     –¿Posta? Bueno, estoy buscando a alguien de ayer.
     –¿A quién?
     –Ése es el problema. No tengo idea.
    –Paaaráaa. ¿No estarás buscando a la nenita que te comiste, no? –Y se empieza a cagar de risa. Un par de los tipos que tiene al lado se ríe también.
     –Concha...
     –Ay, me muero si la buscás a ella. Sos una hija de puta, Magen.
    Un campo de concentración de sentimientos encontrados vuelve a instaurarse en su cara y en su corazón. Quizás por primera vez en la vida no sabe qué contestarle a Michelle. Todo esto fue un error desde el principio. Ahora los ojos caníbales de la forra ésa y de sus acólitos se alimentan de su vergüenza y de su confusión. Y están también esos ojos, los otros, de Laura, que son profundos y negros como un eclipse bajo el cual protegerse del infierno del sol.

     La tarde se vuelve una mierda y Magen se pasea entre calles cortas que no dan a ninguna parte. De repente una figura parece esperarla en una esquina, bajo la última sombra de un árbol y un mural graffiteado de pájaros volando.
     –¿Laura?
     El eclipse de sus ojos se vuelve hiperbólico, tragándoselo todo. A Magen extrañamente se le acelera el corazón.
     –Se llama Daniela.
     –...¿Eh?
     –Tu chica... Daniela se llama.
     –Oh... Gracias.
     –Por favor, no le digas a Michelle que te conté esto.
    De repente Magen se llena de valor y su pecho se le inflama, como si estuviera a punto de declarársele.
     –Perdoname que te lo diga así, pero esa turra no te merece.
     Laura baja la mirada y no le contesta nada.
Laura por Ciervo Blanco

jueves, 15 de septiembre de 2016

VI

     "Dame una 'coke on the rocks'", le dijo Florchu al rasta de la barra, y no quedó tan boluda como parece, porque lo de 'the rocks' no es una improvisación idiota: son pastillas de dramamine. Los capitalistas narcos se dieron cuenta de que para monopolizar la droga había que unificar el mercado. Desde entonces, salvo algún fasito baratito y casero que andara por aquí o por allá, la única droga que circula es la dramamine.
     Florchu compró, pagó, mojó los labios, y como por una caja de velocidades la fiesta se empezó a acelerar. Caminó con el escabio en una mano y los dedos de Magen en la otra mientras caras, ojos, luces, figuras, todo se mezclaba y se confundía vertiginosamente. Magen, casi arrastrada, escabió también, y en su cerebro alguien –alguna fuerza bastante copada seguramente– hizo malabares con sus sensaciones. De repente alguien le tiró la boca a Florchu y Florchu se dejó tirar, Magen habló de Lou Reed y de Trainspotting con dos chicos medio travestidos que solo querían un buen trío, la tele pasó un loop del 9/11 hacia atrás y hacia adelante y una sombra gritó por el número de una ambulancia que atendiera por obra social. Temas nostálgicos de Blink 182 dieron paso a Los campesinos! y a "Love is the king / but only if you have cancer" y en algún momento los dedos de Magen y Florchu se volvieron a enlazar, pero esta vez de una forma diferente y Magen pudo ver o sentir en todo ese almíbar en la mirada de su amiga y que también estaba en su voz, en sus movimientos ensortijados, en el azúcar de su aliento cada vez más tibio, que algo idiota estaba por pasar. "Bleh, ya fue". Y lo idiota casi se materializa bajo la forma de una primera vez si no fuera por un terrible vómito color verde pastoso que se interpuso entre las dos y que casi trauma a Magen de por vida. Por un momento no se entendió bien de quién salió pero Magen se palmeó, se encontró relativamente seca y suspiró con los ojos todavía como platos. A todo esto Florchu se había perdido entre cúmulos de crestas y pelos en 16 bits pero cuando quiso buscarla lo que encontró fue una pibita de carita simpática.
     –¿Vos vas al AUPI?
     –Sí. ¿Vos también?
     –Todavía no.
     La carita estaba cerca.
     –Me gusta tu gorrito.
     –A mí me gustan tus… moñitos.
     Cada vez más cerca y Magen le dijo:
     –Che, creo que nuestras caras son como dos planetas. Si te acercás más quizás explote todo y se muera mucha gente.
     –Jeh. Que explote.
     Y la besó. Magen la besó también. Y ocurrió todo en una suspensión de la realidad bastante hermosa. Entonces la mano de Magen se apoyó en el cachete de la chica, subió, acarició su pelo y sintió, sobre su cabeza, el tacto suave y peludo de unas orejas de gato.
Dani por Celeste Bazán

lunes, 12 de septiembre de 2016

V

     El AUPI. Magen sube la rampa que da al pasillo del primer piso de la escuela. Ocho menos diez y hay chicos paseándose por todos lados. Su aula está ahí y Magen se acerca. Por fuera y en su pulóver un parche de "Antropomórfica" y por dentro, en su interior, algo como una usina de magia negra funcionando como una caldera atómica en su pecho. Ya fue, sacátelo de encima.
     Entra. Cada vez hay menos chicos. Quizás tenga que ver con la fiesta de anoche. O con el desarrollo de sociedades antiestatalistas por las esquinas de los barrios.
     –Es re loco. Dicen que tiene el tamaño justo para ocupar Ituzaingó.
     –Debe ser un re marciano, boludo.
     Con tantos bancos vacíos por lo menos ahora se ven mejor los graffiti bomba y los versos de Charly pintarrajeados en las paredes y en el pizarrón o la cinta de policía robada que cuelga y da vueltas por todo el aula.
     –Los militares le van a disparar. Y van a caer cachitos por todos lados.
     –Alta baranda a pescado va a haber.
     Otra vez no vino la de Matemática y probablemente no venga la de Geo. La preceptora tampoco está y si estuviera daría un poco igual.
     –Cuando salimos de lo de Lean no estaba.
     –Yo justo soñé con algo así. Pero era un calamar y no un pescado.
     Magen igual no ve nada de esto porque ahí está Florchu esperándola y hay que sacárselo de encima para que no pese más tarde.
     –Che, Florchu. ¿Nosotros nos besamos anoche?
     Silencio. Todos las miran, sonrientes y babeantes.
     –SSHHHHHH!!! –Los ojos de Florchu crecen como globos. De un impulso le baja el gorrito hasta los labios– ¡Callate la boca! ¿Cómo vas a entrar diciendo eso?
     –Pero--
     –Vení para acá vos –La agarra de la mano y la saca afuera. Los demás les silban y golpean las mesas: "¡Woooohh!!".
     Buscan lugar en los escalones de una escalera que antiguamente dio a aulas u oficinas secretas y ahí se sientan.
     –Bueno, ¿nos besamos o no nos besamos?
     –¿Sos boluda, Magui? ¿Cómo te voy a besar, si sos una mierda?
     –Uff, no entiendo nada. Tengo todo mezclado –dice Magen, y se agarra la cabeza entre las manos.
     –Y obvio, chabona, si estábamos re locas. ¿Pero posta no te acordás de nada nada?
     Mirada sugerente.
     –¿Vos sí?
     –Un poquito.
     Más mirada sugerente.
     –Ay, tarada. Me estás dando miedo.
     –Hacé memoria. Sentaaate, comete un alfajorciiito y hacé memoria. Me muero por que te acuerdes.
     Magen se la queda mirando. Florchu de mierda. Siempre igual.
     –Dale, decime algo, no seas conchuda.
     –Solo te voy a decir que sí tuviste un beso bastante increíble. Lo demás te lo dejo a vos.
     –Pará. ¿Rami?
     –Pfff. Hacé memoria. –Florchu le sonríe, le guiña un ojito y se va.
     Magen se queda sentada, sola. Se lleva los dedos a los labios para sentir las huellas de algo que estuvo y ya no está.
     –Florchu de mierda...

     Magen camina sola por los pasillos de la escuela. Es de mañana y la luz inunda los espacios con el calor tibio del sol que entra por muchas ventanas. Son lo único no roto debido al frío del invierno. Magen abre una, siente el frío y mira a la ballena que de la nada se apareció flotando en su cielo esa mañana.
     –¿Con quién carajo me habré besado?
     Los recuerdos se empiezan a conectar.
Magen por Silvo

jueves, 8 de septiembre de 2016

IV

     Genaro pasó de largo y fue entonces que lo vio.
     –¡Ahí está, boluda! ¡Al lado del sofá!
     –Callate la boca, taradita. Estás quedando como una stalker psicópata.
     Magen no le dio bola. Estaba lista para ir a encararlo.
     –Pará, pará, así no –la detuvo Florchu.
     –Dale, chabona. Me quiero sacar esto de encima.
     –Bueno, pero así no.
     Florchu pensó. Cruzó miradas con un pibito que pasó por ahí, medio skater, y volvió a pensar.
     –¿Ya está? -preguntó Magen, fastidiada.
     –Mirá, hagamos así. Rami sabe que yo estoy acá. Paso por ahí, lo saludo, saludo a sus amigos, y así te doy tiempo para que te aparezcas del otro lado y él no se te va a poder escapar. Pero tranqui, eh, nada de escándalos. Hablale bien.
     –Tranqui, yo sé cómo hablarle.
     –No te apures, hacelo casual.
     –Sí, sí, sí. Ahora andá.
     –Okey, ahí voy.
     Y fue.
     Magen la miraba desde el costado de una biblioteca acercarse por detrás del sofá, tranquila, pasando entre otras personas, hasta llegar a su grupo, el encuentro visual, un movimiento de cabeza que se comparte con Rami y los demás se dan vuelta y comienzan los saludos. Era el turno de Magen.
     Y mientras Rami dice "¿Cómo vas?", le comparte un cachete y le invita una seca o un poquito de birra, mientras Florchu le contesta que todo bien y que le queda re lindo el expansor nuevo en la oreja, mientras él le dice que se lo puso Lean y que también quiere hacerse un tatuaje, Magen se acercó por atrás para atraparlo y darle de pleno un sillazo en la nuca. Plaf, y el escabio se desplomó junto al cuerpo muerto de cara al piso. Florchu la miró, Magen miró a Florchu sobre el fiambre que ya no se movía, se agarraron las manos y salieron corriendo.
     –¡¿Sos pelotuda?!
     –¡Ay, te amo, boluda! ¡Te re amo!
     Florchu la amó un poco también.
Magen por Lean Nahuel Ramos

lunes, 5 de septiembre de 2016

III

     Cuando Magen sea pelotuda y salga con Genaro se pasarán las siestas durmiendo en la plaza, entre covers de Spinetta y faso mal prensado.
     –Está quedando re bien, vida.
     –Así, mi amor, dale con fuerza para que no se deshaga.
     Pasada la noche diurna él se recostará, sentado, sobre las piernas de ella sentada atrás, mientras ella le enrolla una mecha de pelo entre las manos para que de esa prestidigitación salga una rasta perfecta. Ella ya tendrá una, se la hará él. Que saldrá de su gorrito que ahora será rastafario. Y ella querrá que la de él sea idéntica. Más larga, por supuesto, porque su pelo es largo y rubio y le encanta. Pero de esas dos rastas, ella creerá, saldrá una conexión que trascenderá toda distancia. Una mezcla de magia magnética y cordón umbilical que los hará nutrirse a través del otro. Aun distantes, en otros lados, con otras conversaciones de otras personas, dependientes, conectados y creciendo, conscientes de que lo que alimenta del otro no es una palabra de sabiduría o una acción increíble, sino una imagen, la presencia, tan inmaterial como astral y por eso más verdadera, más profunda y significativa. Real. O tal vez es que están volados.
     Bajo una de las aletas pectorales se asomará el alba de lo que será el segundo amanecer del día. A Genaro le encanta eso y se prenderá un pucho aun sabiendo que no debe, que Magen no puede sentir ese olor. Y como el sol sale y él reconoce eso y otras cosas, le dará a Magen sus anteojos estilo Lennon color púrpura para que ella se los ponga, consciente que inconscientemente ella sacará un balance entre ambas cosas, una matemática del amor, tan desproporcional como temporalmente circunstancial, y que en el final X siempre acaba en un besito en la nuca.
    –Si viniera un dios a concederte un deseo –propondrá Magen, acomodándose los lentes– ¿qué le pedirías?
     –Creo que droga.
     –Pero mirá que es un dios zarpado, que te puede dar un cielo o un mar del color que vos más te guste.
     –Aah, entonces un mar de droga.
     –Oh... Yo le pediría un campo de amapolas. ¿Te conté que mi sueño es un campo de amapolas?
     –Seeeh, Magen, me contaste –y como evitando algo Genaro se levantará–. Vení, cogollito dulce, vamos a caminar un cachito.
   Ella le agarrará la mano que él le tienda, con firmeza, con confianza, sonriéndole, y él tirará hacia sí para recibirla por la cintura. Efectivamente caminarán por la plaza, entre árboles que vuelven a recibir nuevamente luz pero por suerte no demasiada, quizás el frío, quizás las ganas, así que un par de vueltas nomás, y terminarán chapando bajo la sombra de un pino, una mordida, el cachete, si hubiera barba pincharía pero sólo hay cuello y él le toca el culo y ella se calienta y se le friega con la pelvis cada vez más arqueada y los párpados más pesados de caliente humedad.
     Algo menos de luz y terminarán en el baño mugroso del subsuelo de la plaza y con la puerta sonando de los toc-tocs de un pobre tipo.
     –Apuren, muchachos, que tengo que limpiar.
     Y mientras Magen, con la cara y los pechos estampados contra la pared toda escrita sobre el inodoro, recibe pija y pija y se soba una teta para sentir más, Genaro le contestará:
     –Tranca, man. Laburá tranquilo. Nosotros ya salimos.
   Quizás haya algo excitante en el barrido municipal. Genaro acabará con un par de jadeos de su voz ronca, habrá un par de besitos de cierre y luego se separarán. Magen no habrá terminado de abotonarse los pantalones cuando Genaro diga que se tiene que ir.
     –Oooh... –y pondrá una carita baja y que no querrá ser triste.
  –Tranqui, mi amor. Vos y yo estamos conectados. No hay despedida verdadera entre nosotros. 
     Pero aun así se irá.
Magen por Silvo