–Vamos a ir al puente a tirarle piedras a
la ballena. ¿Querés venir? –le dice alguien.
Magen dice que no con un movimiento de
cabeza. Tiene la cara recostada en los brazos cruzados sobre el banco. Su
mirada está vacía, en la nada. El mismo vacío que se refleja en la mañana. Y
aquel mismo alguien se queda mirándola mientras los demás lo llaman desde la puerta
del aula.
–Tal vez deberías visitar a Rami –le dice–.
Está hospitalizado.
–Sí, tal vez debería.
Pero no piensa hacerlo.
El aula queda vacía. Partículas de mugre y
polvo de tiza añeja flotan suspendidos en la pecera de luz. "Ufff",
suspira Magen, y se puede levantar y no lo hace.
–Qué poronga.
La puerta a la terraza ya no da a un cielo
azul sino a la panza gigante de una ballena intrusa que se asoma como la cara
de una luna nueva. Es temprano y todavía queda algo de sol antes de que la cosa
ésa se lo coma. Magen se sienta frente a la cornisa, con las piernas cruzadas
como un indiecito.
A un costado de ella hay una piedra. La
agarra y empieza a garabatear sobre el piso su depresión. Entonces se da cuenta
de que es todo un poco idiota. Hasta ahora, quizás estúpidamente, nunca se
preguntó el por qué de tantas molestias. Era solo un beso, en una noche cualquiera
y con una chica cualquiera. Sigue garabateando. Quizás tiene que ver con eso
mismo, se dice, y con la forma en que la vida se arraiga en magias pequeñas,
casuales, y por eso puramente mágicas. O quizás era el destino y algo inmenso y
el acto heroico de darle un sentido a todo eso que no lo tiene. Quién sabe. Y
Magen piensa en esas cosas o parecidas, perdida y triste bajo la enorme ballena
de mirada indiferente. De repente siente una frustración y un enojo terribles y
la mira a la criatura ahí arriba.
–¿Qué estás haciendo ahí, bicho de mierda?
Magen se levanta, agarra la piedra y se la
tira con todas sus fuerzas. El cascote se eleva un poquito en el cielo y cae
sobre la calle vecina, rompiendo algo que parece un parabrisas. Se escucha el
ruido. Inquieta, se asoma. Y puede ser que vea el vidrio roto como puede que
no; no importa. Ahí al lado, en la vereda del frente, está Daniela,
misteriosamente, mirándola. Un viento le levanta basura y papel sobre sus pies.
Magen baja a toda velocidad por escaleras
y corredores hasta salir del colegio y directo a la calle. Daniela sigue ahí, y
en su cabeza, extraña, el par de orejas sin esconder. Magen cruza y la encara.
El viento señala como una mano amiga el
camino.
–¿Qué estás haciendo acá?
Hojas caen y solo entonces es otoño.
–¿Acaso me estás siguiendo?
–No.
Magen la mira. Espera.
–Sólo paseo. Soy una vagabunda y paseo.
Magen. Hay algo diáfano en su mirada.
Espera.
–Yo estoy muerta, Magen. Soy un fantasma.
Pero era una mentirosa de mierda.
–FIN–
Dani por Delfina Liébana |